Consiste en escuchar y percibir los sonidos, aceptarlos, recibirlos y sentirlos, dejando que nuestro cuerpo y mente fluyan con ellos sin abandonar nuestra posición como observadores.
Lo esencial es ser receptivo al sonido y dejarlo actuar libremente.
La neurociencia ha demostrado que el sonido influye en las ondas cerebrales, el sistema nervioso, la química corporal y la re-armonización del cuerpo como un todo.
El sonido viaja más rápido en líquido (1500 m / s) que en aire (330 m / s).
Dado que el cuerpo está compuesto por aproximadamente un 70% de agua, las ondas de los cuencos viajan a través del cuerpo y resuenan en todo el ser y en lo profundo de las células, especialmente en el cerebro, que contiene la mayor cantidad de agua.
No se trata tanto de escuchar con los oídos, sino de dejar que cada célula de nuestro cuerpo absorba gradualmente las vibraciones positivas de los cuencos.